El pinche olvidado :)

Empiezo de nuevo, empiezo donde terminé y donde siempre he empezado

Saturday, April 01, 2006

Otro cuentecito qué les parece... para distraer a la mente que quiere pensar. Osea, la mía, no la suya. Es que no me está gustando tanto éso de pensar. A verr qué sale.




Érase una vez un jovencito clasemediero, de buena familia y de buenas costumbres. David, porque así se llamaba nuestro héroe, era hijo único. Su madre nunca escatimó esfuerzos para chiflarlo y consentirlo. Su padre, frecuentemente ausente (y de ausencias prolongadas), no le pudo dedicar gran parte de su tiempo. Por tal razón, al carecer prácticamente de una figura paterna David moldeó su personalidad basado en la de su madre.

Siempre fue un niño retraído. Llegaba a la escuela muy temprano, y se sentaba en el patio de la escuela bajo un gran árbol. Sacaba uno de sus libros, o un cuaderno con dibujos, y se entretenía ideando mundos, conquistando planetas lejanos y viviendo fantasías. Tenía una gran imaginación.

Los demás niños jugaban, corrían, reían y se golpeaban. Unos lloraban, otros se burlaban. Pero todos estaban en movimiento. Al ser diferente David, llamaba la atención de los otros niños. Unos actuaban con indiferencia. Algunos pocos... los "rebeldes", los malvados... le hacían la vida de cuadritos.

Siendo ya un niño retraído, esta situación sólo agravó su comportamiento. No tenía un sólo amigo.

Empezó a perderse cada vez más en sus mundos.

David creció, y por alguna razón, creció mucho. Era un patito feo humano, porque la genética fue favorable con él. Creció, y esas espinillas y granos desaparecieron. Su estatura era superior a la de sus compañeros de clase, era delgado y con una buena complexión. Ojos verdes, piel canela... El pelo largo y desaliñado que acostumbraba llevar, y antes era despreciado por las mujeres; ahora le daba cierto misterio a su personalidad, intrigaba a las chicas y volteaban a verlo.

Siendo solitario por naturaleza, él rehuía a las mujeres que ahora se le acercaban. También a los chicos que se le acercaban para convertirse en sus "amigos" y así facilitar el proceso de cortejo con una que otra muchacha.

David seguía sólo, por costumbre y por gusto. Seguía sentándose sólo en el patio, ahora bajo un árbol diferente. Un patio diferente, miradas diferentes. Pero él seguía siendo el mismo.

Los muchachos, con diferente nombre pero el mismo color de alma, seguían molestándolo. Seguía siendo diferente, a pesar de lo que había cambiado. Seguía siendo presa fácil para los comentarios, los empujones, las miradas burlonas, las sonrisas despectivas.

Un día, el muchacho se enamoró. Había vivido sin este sentimiento toda su vida, y ahora que lo descubría se reclamaba a sí mismo por haberse privado de esa sensación. A sus ojos, era la creatura más hermosa que existía. Su andar rítmico, sus pequeños pasos, su mirada distraída, su cabello revoloteando... todo le parecía parte de un poema sublime, escrito única y especialmente para él.

David se sentía afortunado, porque él veía algo que seguramente los demás no podían ver. Se sentía afortunado, se sentía feliz.

Pero no era suya. No podía acercarse a platicar con ella. Sabía que así como a él le resultaba atractiva ella, también ella veía en el algo diferente. Algo la intrigaba y ella, a escondidas y cuidadosamente, lo veía.

Ella tenía "dueño". Era uno de tantos que lo habían molestado. Que lo seguían molestando. No recordaba su nombre... habían sido tantos ya que las caras se confundían y parecían una misma. Los nombres se confundían y eran uno sólo. Pero lo reconocía porque él era uno de los más bruscos en la escuela.

David empezó a pensar cómo podría enamorarla, conseguir que ella estuviera a su lado para siempre.

Se le ocurrió el plan más romántico en la historia del romance. ¿Cómo podría ella rechazarlo después de éso? Era una historia de amor sublime, de un amor perfecto. Ni Shakespeare ni los más grandes poetas en la historia de la humanidad habían experimentado un amor así. Nuestro héroe no podía soportar la idea de que las demás personas no sintieran ésto que a él estaba a punto de transformarle. Qué desperdicio vivir si no se vivía con amor.

Preparó los detalles. Día y noche le daba vuelta al orden de los sucesos. Todo tenía que salir perfecto, tenía que impresionarla.

Llegó el día esperado y en la mañana, caminando con paso tranquilo y la mirada soñadora, la vio. Se vieron, el sonrió y ella ruborizada agachó la mirada. El corazón de David se aceleró vertiginosamente porque hoy era el día, este era el momento.

Llegó la noche, y salió decidido a marcar el inicio verdadero de esta historia de amor. Llegó al lugar esperado, tomó asiento en una banca situada justo a la distancia perfecta. Encendió un cigarrillo y esperó. Toda su vida había esperado. ¿Qué eran 20 minutos más?

Lo vio llegar y con gran sigilo se acercó, como un predador acecha a su presa. Ajustó por última ocasión los guantes, y apretó el bate que estaba entre sus manos. Sin temor, sin dudas, asestó el primer golpe. El primero de tantos. El sonido fue desgarrador, pero para él era música. Golpeó una y otra vez, cada vez más rápido. Cada vez más fuerte.

Sus manos, su cara... todo su ser irradiaba una felicidad y una tranquilidad escalofriante. La sangre caía de su frente mezclándose con sudor. Lloraba lágrimas de júbilo.

Ella sería suya y vivirían felices para siempre. Él la trataría como su reina, como su diosa. Haría lo que fuera por ella.

¿Quién podría resistirse a semejante prueba de amor? ¿Cómo podría ella resistirse, si llegó al extremo de matar por ella?