Tengo el recuerdo. Cuando salía de las clases de piano me quedaba afuera de la casa a donde iba, sentado en la banca esperando a que mi hermano(a) terminara su lección y que llegara mi mamá por nosotros.
Me paraba y en los jardincitos me ponía a buscar caracoles. Hace años que no veo uno. En ese entonces era facilísimo encontrarme con varios en cada aventurita. Los tomaba con mis manos y los iba juntando, uno por uno.
Los juntaba, y al echarles una rapida ojeada entre cada nueva adquisición, veía que una babosa cafe/grisácea asomaba su cabeza... o lo que sea que era... por un agujerito.
Al tener un montoncito entre mis manos, los ponia todos en el suelo cuidadosamente, sin tirarlos para evitar que se rompieran.
Y luego los aplastaba uno por uno escuchando el suave crujir bajo mis tenis.
¿Que por qué lo hacía? No sé, no me siento particularmente orgulloso de mis crímenes. Tal vez lo hice por las razones que justifican muchos de los actos malos que llegamos a cometer.
Quería ver que se sentía destruir algo hermoso, único e irrepetible.